miércoles, 19 de marzo de 2008

El milagro de cada Martes Santo







Y la plata burló a la piedra

1 comentario:

Stuco dijo...

San Esteban

El milagro de cada Martes Santo

Carmen Prieto

¿Cómo un rectángulo pasa por un óvalo? ¿Cómo el palio de San Esteban cabe por la puerta de ojiva de la parroquia? Imposible, pero cierto. Cada Martes Santo, la cuadrilla y la saga de los Ariza obran el milagro. Entonces, Sevilla recupera la respiración.

Desde antes de la una de la tarde estaba Alejandro apostado en la valla de la derecha de la puerta de la ojiva. “No me lo pierdo ningún año”, asegura. Espera para presenciar la salida del palio. Como él, otros muchos han ocupado ya la calle. En pocos minutos es imposible acercarse mínimamente a la estrechez del acceso a la parroquia.

Por la calle Virgen de la Alegría se van acercando los nazarenos. En Medinaceli, tienen acotado el espacio donde forman los tramos del palio. En el interior del templo, el cielo ya es azul, aunque a la altura de los ojos. La cruz de guía espera en la puerta a que den la orden de la apertura. El hermano mayor, Carlos García Guisado –que hoy tiene que dejar la hermandad en manos de Jesús Creagh, cabeza de la gestora que ha nombrado el cardenal para convocar nuevas elecciones–, se dirige por última vez a sus hermanos con la vara dorada en la mano: “Lo importante no son los pasos, sino que Dios y su Madre están en la calle creando desconcierto”, por esto ruega: “Que todo desconcierto sea sólo nuestra estación de penitencia”. El director espiritual toma la palabra y San Esteban reza en silencio.

Casi quince minutos antes de lo establecido, se abren las puertas de par en par, la luz invade la intimidad de la iglesia y rápidamente van saliendo los nazarenos, al principio, con cierto desconcierto, pero pronto se compone la cofradía y los auxiliares de los Ariza hacen el recuento de sus hombres. Maruja Vilches, pregonera del Costalero, se dirige emocionada a los de abajo: “Dicen que lleváis a Dios en el costal, yo os digo que también en el corazón”. Y tocó el martillo. Primera levantá y, aún en el interior, primera saeta. La escena es sobrecogedora: en penumbra, mecida sobre los pies del Señor de la Salud y Buen Viaje y la oración cantada del saetero. Todo lo demás, silencio. En la calle, abarrotada, silencio. El misterio se para ante la puerta.

Pepe Ariza, perfectamente restablecido de la fuerte subida de tensión que sufrió a finales de la Cuaresma, toma el mando. “Por Joaquín Cantizo, que está en el hospital, y por el padre de Juanmi, que también está muy mal”, recuerda a dos costaleros. “Fuerte p’arriba”, manda. Y llevaron al Señor al cielo. En toda la calle sólo se escucha la voz del capataz. Casi sin notarse. El paso está en la calle. Los sones de la Marcha Real llegan desde la calle Medinaceli, pero la banda sale por la misma puerta de la ojiva y comienza a tocar, dentro del templo, Clámide Púrpura. Tras una cuidada revirá, el paso enfila la Plaza de Pilatos, desde el número 5 de la calle Águilas, los niños le lanzan claveles rojos, entre una gran ovación. El paso se va perdiendo y las miradas vuelven al interior.

La iglesia se ha vuelto a llenar de nazarenos, los que esperaban fuera se han organizado dentro. Rápidamente van saliendo. Se acerca el momento del milagro. Maruja Vilches reza ante el palio, prepara su dedicatoria. Rafael Ariza juega entusiasmado con su nieto, la quinta generación. Algún día tocará un llamador, pero aún tiene sólo dos años.

Llega el momento. “Costaleros, dicen que con vuestras pisadas detenéis la pasión de Cristo. Pues añado que con vuestros pasos detenéis las lágrimas de la Virgen de los Desamparados. Os quiero”, dijo Maruja Vilches. Saeta para la Señora de San Esteban y levantá al cielo. Preocupaciones fuera: el reajuste de la peana ha conseguido que con su corona la dolorosa no roce la nueva gloria con la Virgen del Rocío. La Filarmónica de Pilas toca el Himno de Valencia. El palio se va acercando lentamente a la ojiva. Frente a frente con el reto del Martes Santo. “No tengáis miedo”, manda Rafael Ariza hijo.

Zancos fuera. Las patas del palio se quedan en un tercio de lo que miden. Avanzan hasta la misma ojiva. “¡Cuerpo a tierra por igual!” Y los hombres clavan sus rodillas en el suelo y se sientan sobre sus pies. Prácticamente avanzan gateando. “¡La izquierda, atrás!”, repite el capataz. “¡Más la izquierda atrás!”. Sevilla aguanta la respiración. Poco a poco, los varales van superando la ojiva. El corazón, encogido. No se oye más que el leve roce de un remate del varal con un diente de los que decoran esta puerta. La cuadrilla de refuerzo sostiene el paso por fuera. “¡Más la izquierda atrás!”, insiste Rafael.

Sale el último varal, suena la Marcha Real y Alejandro grita: “¡Ole!”. No lo puede reprimir, como el suspiro de toda la calle, brota de dentro. La Virgen de los Desamparados ya está en la calle. Sevilla vuelve a respirar. El milagro está hecho.

http://www.correoandalucia.es/noticia.asp?idnoticia=4424170092095093100091424170